¿Sentís que tus hombros están duros como piedra? ¿Que tu cuello, espalda o mandíbula están tensos sin razón aparente? La ansiedad muchas veces no grita, pero sí se manifiesta en el cuerpo como una presión silenciosa y constante.
El cuerpo como escudo
Cuando estamos bajo estrés o ansiedad, el cuerpo se prepara para una amenaza, aunque no exista una real. Esa “alerta” hace que los músculos se mantengan tensos, como si se alistaran para huir o defenderse. El problema es que esa tensión no se disipa… y se convierte en dolor físico.
Es común que las personas que viven con ansiedad sufran contracturas frecuentes, especialmente en la zona de la nuca, la espalda y la mandíbula. También se pueden experimentar espasmos, rigidez al despertar o incluso una sensación general de “cuerpo entumecido”.
El círculo del dolor y la preocupación
Lo más difícil es que muchas veces el dolor genera más ansiedad. “¿Y si es otra cosa?”, “¿Por qué me duele tanto si no hice esfuerzo?” Esa preocupación retroalimenta el malestar físico, generando un ciclo que cuesta cortar.
Por eso, entender que estos síntomas pueden ser producto de la ansiedad es el primer paso para aliviar el cuerpo… y la mente.
Escuchar al cuerpo con amor
No se trata solo de relajar músculos, sino de crear un entorno interno seguro. Técnicas como la relajación progresiva, el yoga suave, el estiramiento consciente o incluso terapias somáticas ayudan a liberar esas tensiones acumuladas.
Tu cuerpo no te está fallando: está intentando protegerte. Aprender a leer sus señales puede ser el inicio de una sanación profunda.
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