Lo que se aprende en la infancia, no se olvida
Los primeros años de vida son el terreno fértil donde se siembran los hábitos que nos acompañarán durante décadas. Así como se aprende a caminar, a hablar o a socializar, también se aprende a comer. Y ese aprendizaje no es solo cuestión de menú, sino también de emociones, entorno y ejemplo.
El plato como ritual y enseñanza
Comer no es solo ingerir alimentos. Es un momento donde el niño empieza a reconocer sabores, texturas y colores, pero también a experimentar con la autonomía, la curiosidad y la imitación. Un entorno donde se comparte la comida con respeto, paciencia y regularidad, marca muchísimo más que una dieta perfecta.
Prevención a largo plazo
Las estadísticas de enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión y obesidad tienen algo en común: muchas de sus raíces están en la infancia. Cuando un niño adquiere el hábito de elegir alimentos frescos, naturales y equilibrados, tiene más herramientas para sostener ese estilo de vida cuando crezca. Prevenir no es anticiparse al problema, es enseñar desde el comienzo.
El rol del adulto: guía, no policía
Imponer con rigidez qué se come puede generar el efecto contrario. El rol del adulto no es vigilar ni castigar, sino acompañar, ofrecer alternativas saludables y generar un ambiente donde comer bien no sea una obligación, sino una elección lógica, natural, incluso placentera.
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